Es público y notorio que en la mayoría de las comunidades de pisos y urbanizaciones españolas, se las ven y se las desean para encontrar algún propietario con el suficiente arrojo y valentía probada, para hacerse cargo, como presidente de su comunidad. El resto de sus congéneres hacen mutis por el foro, sin llegar a demostrar ese ardor guerrero que se necesita para enfrentarse a sus aguerridos vecinos.
Pero, no hay regla sin excepción, por ejemplo, en un roncón perdido en la inmensidad de la marea de urbanizaciones que se extiende a lo largo y ancho de la costa oriholana, de cuyo nombre no es menester recordar, si se ha montado la batalla de Bailen, ante el anuncio de que un grupo de propietarios osan perturbar la paz legendaria de la que gozan- desde que entraron a vivir sus primeros pobladores-la presidencia y la administración de la citada urbanización. Cargos que hace años recalaron en su poder concedidos por obra y gracia de la promotora y que ellos pensaron de que eran para la eternidad, de tal guisa que se organizaron para que la fortaleza resistiere todo intento de aproximación o intromisión, por parte de la comunidad.
Pero he ahí, que de pronto surge un minúsculo grupo de osados habitantes de la aldea que intenta hacerse con la defensa de la fortaleza, y se entabla una lucha sin cuartel acusando a los enemigos de tener planes secretos para hacer desaparecer el poblado y sus aledaños. O bien, que intentan introducir ardientes llamaradas en las charcas de la aldea, junto a planes secretos para aniquilar la comunidad.
Los habitantes del poblado están inquietos, la duda surge ante un incierto porvenir. ¿A quien elegir para dirigir la fortaleza? En pocos días se sabrá por el anuncio de convocar a sus vecinos a reunirse en torno a los grandes espíritus, pero ya hay muchos habitantes del poblado que piensan que cuando el río suena agua lleva, y las aguas turbulentas que transcurren por el caudal de este río les incitan a limpiar el caudal de su cuenca.